María Estela Ortiz, hija de Fernando Ortiz, desaparecido el 15 de diciembre de 1976, fue una de las organizadoras de la huelga de hambre. Ella junto a Sola Sierra y María Luisa Azocar, convocaron a familiares de detenidos desaparecidos del Partido Comunista para que participaran en la Huelga de hambre en la CEPAL.
La convocatoria fue realizada en completo secreto. A cada uno de los familiares se les pidió que se realizaran un chequeo médico, se estableció una red de apoyo en el exterior y en el interior de la CEPAL y se comenzó con los preparativos para que los familiares pudiesen llegar a la CEPAL sin problemas. Estela señala: “quienes se quedaban afuera tenían un rol político relevante, que significaba sacar inmediatamente el comunicado de prensa. Tenía que saberse afuera cuántos habíamos logrado entrar, que declarábamos la huelga con el objeto de que se supiera internacionalmente y nacionalmente sobre los Desaparecidos. Debía darse la noticia con el objeto de que no nos pasara nada a quienes habíamos entrado a la CEPAL”
El trabajo realizado por Estela, fue en completa clandestinidad y fuera de la Vicaría: “sabíamos sólo las personas que estábamos en el un dos tres, en ese espacio que podemos haber sido –un, dos, tres le decíamos en la época de dictadura a los equipos que dirigíamos– porque éramos tres personas, éramos nosotros tres donde cada uno tenía una responsabilidad”.
Las acciones de las personas que estuvieron fuera de la CEPAL fueron fundamentales para que se conociera la situación de los desaparecidos: “se coordinó por ejemplo, con los grupos de chilenos afuera, con la gente del PC que estaba lista para actuar y mandar el mensaje a naciones unidas o gente que estaba afuera a naciones unidas, a la OIT, a todos los organismos internacionales con el objeto de que todos los que hacíamos esta huelga de hambre estuviéramos resguardadas”
Para ingresar a la CEPAL, se armaron diferentes pares de personas, las que iban con diferentes coartadas para ingresar al edificio: “las armamos considerando varias cosas, la edad. Que pareciera una mamá con una hija, dos hermanas estudiantes, etcétera. Cada una iba con diferentes coartadas. Sabíamos que se podía entrar a la biblioteca, que se podía entrar a solicitar una reunión, entonces teníamos que planificar muy bien los ingresos de acuerdo a que no se llenara la biblioteca, etcétera”. Sin embargo a pesar de toda la preparación, hubieron personas que no pudieron ingresar a la CEPAL, y coartadas que fallaron , por ejemplo, la de la biblioteca, la cual se encontraba cerrada.
Finalmente llegaron 26 personas al hall de la CEPAL, el cual era el punto de reunión. Usando un teléfono público se hizo un llamado a un número x por el cual se dio el número de cuantas personas habían logrado finalmente ingresar : “una persona tenía la tarea de llamar por teléfono y decir, que se yo… tenemos 26 huevos para hacer la tortilla. Se llamó a un teléfono, de ese teléfono se llamó a otro y así finalmente se dio la noticia y se comenzó a movilizar los sistemas de comunicación en el interior y exterior de Chile.”
Estela relata sobre los días en huelga: “todos estaban dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. nos pusieron todo un sector donde nosotros estábamos y bueno ahí algunos empezaron a escribir, conversamos mucho, nos dieron las indicaciones de que no podíamos gastar mucha energía, me acuerdo de la María Adriana… porque en un momento uno se siente.. Ahí algo sucede porque me acuerdo de la María Adriana porque empezaba a saltar y nosotros le decíamos –María Adriana no saltes- pero hay cosas muy… fue muy bonito diría yo, mucha solidaridad, mucho compartir… imagínate compartir 10 días cada minuto, el mismo espacio, hombres y mujeres, encerrados, estábamos en una sala grande que tenía un baño al frente o al lado, donde había una mampara. Quien nos iba a ver era el señor Iglesias quien hizo buenas migas con la señora Ana González.
Yo creo que el hecho que hubiesen dos hombres para nosotros fue importante también, don Caupolicán y el Flaco, que distendía, el flaco tenía muy buen humor. Max quería llegar hasta las últimas consecuencias, morirse por su Reinalda.
Yo creo que la gracia, no solo de esa huelga, sino de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, es que teníamos tan claro el objetivo: saber lo que había pasado con nuestros familiares, recuperarlos con vida algunos, otro saber lo que había pasado. Esto hace que un grupo humano que no se conoce, que viene de diferentes niveles socioeconómicos, que tenían diferentes edades, diferentes historias de vida, pudiéramos hacer todo lo que hicimos, sin tener discusiones ni peleas personales, no existió nunca en esos 10 días, al contrario. Por ejemplo, compartíamos como cada uno había salido de la casa, algunos casos eran cómicos, otras habían dejado una carta a los hijos porque no sabían lo que iba a pasar, en ese sentido me acuerdo de la Carola y la Mirta, que tenían hijos chicos, fue muy de entrega total diría yo (o sea, fue a morir ) a morir. Me acuerdo que me despedí de mis hijos, de la Javiera y el Camilo pensando en que no los iba a volver a ver, estaba la posibilidad de que te murieras, no tanto por la huelga sino por lo que podía pasar al entrar, ese era el primer gran riesgo, era el año 77.
Fue una de las experiencias más fuertes y bonitas que he vivido, de solidaridad, de hermandad y de compañerismo”